Hace un año Miguel Pallarés y yo solicitamos un permiso a la Dirección General de Bienes Culturales con el fin de prospectar sistemáticamente todo el término municipal de Santomera, tratando de incorporar nuevos descubrimientos a los ya conocidos e incluidos en la Carta Arqueológica. Las labores de prospección las llevamos a cabo con la colaboración de un numeroso grupo de voluntarios, pertenecientes en su mayoría a la Asociación Patrimonio Santomera, y a las inestimables indicaciones de nuestro cronista local Blas Rubio, incansable prospector de la zona durante años.
Fruto de este trabajo colectivo fuimos capaces de explorar muchas zonas de nuestro término municipal y de realizar ‘grandes’ descubrimientos que han permitido completar una cronología prehistórica en la que hasta ahora había ciertas lagunas. Pero este tema lo dejaremos para otras entradas de este blog. En ésta quiero hablar de un conjunto que forma parte de nuestro reciente patrimonio etnográfico y que hemos considerado muy interesante por las diferentes infraestructuras que lo componen.
Se trata del Conjunto Solís, localizado en la cara norte de la Sierra de Orihuela, formado por una almazara, una cueva artificial y un aljibe, todo dentro de la finca denominada de “Lo Solís”, que toma el nombre del barranco que la limita al este.
En sus orígenes este inmueble se destinó a almazara, pasando después a ser usado como redil del ganado y actualmente está en estado de abandono. Su interior no conserva ninguna estructura que nos indique que este edificio se utilizaba para la elaboración del aceite de oliva, salvo por escasos elementos arquitectónicos o decorativos. Es por ello que acudimos a las fuentes orales, más concretamente a Eladio Gomaríz, vecino de Santomera que trabajó en la Almazara de Los Solís, para obtener más información sobre la época y la funcionalidad del edificio.
La almazara, según Eladio, estuvo en funcionamiento desde el siglo XIX (la referencia que nos apunta para esta fecha es que la abuela de su mujer, que actualmente tiene unos 80 años, trabajó allí) hasta 1958 que Eladio ayudó a realizar el último “pie” o “cargo” (Conjunto de capachos que se colocan unos sobre otros, sobre la base de la prensa, conteniendo las aceitunas para ser trituradas), justo el día antes de irse a la “mili”.
El inmueble está bien orientado en su fachada principal al mediodía, como la mayoría de las construcciones rurales de la época, intentando captar la mayor cantidad de luz y el calor durante la época invernal. Al igual que las fachadas de dichas construcciones, presenta pocos vanos. La entrada se realizaría por una puerta grande, situada a la izquierda de la fachada principal, por la cual accedían los productores con sus carros para depositar sus olivas en sus correspondientes alforines, numerados para distinguirlos.
Lo que más llama la atención de la arquitectura de este edificio son sus tres grandes arcos apuntados, que permiten la entrada de la luz a la parte más lejana de la puerta principal y que dividen la sala en cuatro crujías, dejando espacios libres en los laterales para ubicar una prensa y los “alforines o trojes”, depósitos en los que se mantenían las aceitunas hasta que se molían, de los que solo se conserva la típica numeración que servía para identificar a cada productor y las improntas de los tabiques de separación de cada alforín.
Entre el segundo y el tercer arco vemos restos de la típica estructura con forma de «T» para sustentar los molinos de piedra tradicionales. Dicha estructura está construida con dos grandes vigas de madera, una cruzada en el arco a la altura de la imposta y otra dispuesta transversalmente entre aquélla y el muro de carga oriental, donde se afirmaría el eje del molino del que tan solo hemos encontrado el “rulo” o cuerpo de piedra de forma cónica que gira sobre su cara lateral moliendo las aceitunas al girar, en el barranco que desciende desde la Sierra Orihuela y transcurre junto a la fachada occidental del edificio.
En cuanto al tipo de prensa, a través de las explicaciones de Eladio, hemos deducido que sería una prensa de las denominadas de “rincón”, muy utilizada en esta zona durante el siglo XIX y principios del XX. Se componían de dos o más columnas, encajadas en una solera de piedra o de hierro, las cuales sostenían una gruesa barra o cabeza de madera, con un ensanchamiento circular en el centro, en cuya superficie interna se encuentra la tuerca o pieza de madera que se enrosca en el husillo, en cuya extremidad inferior podemos encontrar, o bien un travesaño para comprimir la plancha o tablero que se dispone sobre el “cargo”, o un sólido platillo, llamado de presión, de forma variable.
Otro de los típicos elementos de la almazara que han desaparecido en el transcurso de los años, es la “caldera”, imprescindible en todas estas construcciones. Según Eladio “la caldera ardía de noche y de día, quemaba el “piñuelo” (huesos de las aceitunas y su pulpa exprimida al máximo tras la molturación que servían de combustible). En invierno, cuando hacía mucho frío para despegar el aceite de la oliva había que echarle agua caliente” y es por ello “el agua caliente no podía faltar”.
La entrevista con Eladio nos aclara también el duro trabajo que nuestros antepasados realizaban para la obtención del aceite de oliva: “El maestro, que se llamaba Joaquín, no tenía horas, a las cuatro de la madrugada había que enganchar la primera bestia. Llamaba al mulero que dormía al “calentor” de la caldera, para que trajera la yegua que andaba más ligera. Al salir el sol tenía que estar el “pie” molido (en el molino). Mientras tanto dos personas descargaban el último pie de la noche anterior que se había quedado escurriendo (en la prensa). Cuando ya estaba molido, la bestia la desenganchaban y volvían a cargar el pie. Tres pies hacían al día, descansaban para almorzar y para comer. Sobre las siete o las ocho de la tarde se hacía el último”. Tras el prensado, el aceite se iba depositando en “unos tinajones enterrados”. “El maestro iba sacando el aceite hasta que llegaba al agua que estaba debajo (proceso de decantación: consiste en la separación del aceite del agua y restos de partículas vegetales. El aceite y el alpechín caían al pozuelo, de manera que, los residuos sólidos se iban al fondo y el aceite quedaba en la superficie por su menor densidad.). Lo cogía con un cazo de unos cinco litros, con un rabo largo, depositándolo en la tinaja de cada señor. El dueño solía estar presente para ver su molienda”.
Es una cueva artificial compuesta por una entrada que corona una cúpula integrada por piedras de mediano tamaño mampuestas y trabadas con estuco de cal cuyo exterior está completamente desgastado, pero en el interior conserva el acabado y enlucido original. Esta pequeña cúpula abierta por la puerta principal alterada en su origen por el paso del tiempo y agentes atmosféricos se comunica por una boca de medio cañón con una gran nave similar a esta bóveda. La cueva puede llegar a tener alrededor de unos seis metros de profundidad y en su parte final dispone de una especie de cámara separada de la bóveda central. En una primera visita a la cueva podía accederse al interior, tras la DANA de octubre de 2019 el nivel de limos ha colapsado la bóveda central. Se realizó una entrevista a Lucila Gomáriz (92 años), hija y nieta de un trabajador de la finca y prima de Eladio Gomaríz. Ella nos contó que la cueva era empleada por trabajadores y familiares para el almacenamiento tanto de aceite como de otros productos de la vida cotidiana. En momentos de la Guerra Civil sirvió como escondite de alimentos tras tapar el tabique final de la cámara del fondo de la cueva, comentaba Lucila que allí se escondió algún santo de la capilla familiar que disponía la casa. Se trata de una cueva integrada perfectamente en el conjunto etnográfico que marca las actividades económicas de extracción y producción de aceite del barranco Solís.
Desde la Prehistoria las construcciones destinadas a almacenar aguas de lluvia para el abastecimiento de personas y ganados han sido un elemento fundamental en el sureste español a causa de la escasez de precipitaciones a lo largo del año.
El aljibe de Los Solís está ubicado junto a la cueva y la almazara, formando un conjunto de dependencias asociadas a las distintas actividades agrícolas y ganaderas que se desarrollan en la finca.
El aprovisionamiento de agua se realizaba mediante la captación de aguas de lluvia provenientes del barranco cercano. Dichas aguas se canalizaban a través de una “boquera”, “agüera” o canal del que todavía podemos ver gran parte de su trayectoria descendiendo desde la Sierra de Orihuela. Antes de penetrar el agua en el aljibe, éste cuenta con un pozo para decantar la carga sólida, tanto de arrastre como de suspensión, que transporta el agua y una pileta para el uso de las diversas actividades cotidianas de la finca. El almacenaje final del agua se realizaba en una balsa de planta circular cubierta por una techumbre a dos aguas realizada a base de vigas de madera y un entramado de cañizo cosido con urdimbre de esparto sobre el que descansaría teja árabe, al igual que en la almazara, pero al que posteriormente se añadió la típica “uralita”, sustentada por paredes construidas con piedras mampuestas trabadas con estuco de cal.
En el transcurso de la prospección del término municipal de Santomera hemos documentado muchos de estos aljibes, algunos los hemos estudiado, otros han desaparecido y otros tantos están por catalogar y estudiar.
El conjunto Solís es un ejemplo de arquitectura tradicional, la cual generalmente se caracteriza por su sencillez y el aprovechamiento de los recursos naturales más cercanos, utilizando los materiales que su entorno le ofrece. La mayoría de las veces estas construcciones eran erigidas por sus propios dueños con ayuda de sus parientes u otros miembros de la comunidad, transmitiéndose de unos a otros los conocimientos específicos sobre los sistemas constructivos, al igual que las técnicas empleadas para sembrar, recolectar, almacenar, las actividades industriales de la molienda del trigo en el molino, de la aceituna en las almazaras, etc. Todo ello es lo que el art. 47 Ley 16/1985, de 25 de junio, de Patrimonio Histórico Español dice que forma parte de nuestro Patrimonio etnográfico.
Aunque la defensa del Patrimonio esté avalada por su reconocimiento legislativo, esto no es suficiente, es necesaria su divulgación con el fin de fomentar su conocimiento y conservación. Desde la Asociación Patrimonio de Santomera tratamos de realizar esta tarea, intentando que en nuestra localidad surja el deseo de proteger lo que nos queda del saber de nuestros antepasados más cercanos.
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