“Aviso a toda la humanidad…” o “A la humanidad doliente…” arrancaban algunos de los anuncios recogidos en el Diario Ofical de Avisos de Madrid y otros medios como La Esperanza entre los años 1856 y 1857 y cuyo título no podíamos pasar desapercibido: Prodigioso Ungüento de Santomera.
Localizamos en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España una seria de anuncios referidos a este “ungüento milagroso”. De los mismos se podría extraer información interesante acerca de los motivos publicitarios, las enfermedades, fabricantes y otras cuestiones, aunque por desgracia no de la gran incógnita que más nos atrae en nuestro caso, y es el porqué de susodicho nombre.
En primer lugar hay que tener en cuenta que hasta la década de los 40 en el siglo XX que se introducen los antibióticos, la medicina no fue capaz de influir sobre la mortalidad. En el siglo XIX a las enfermedades asociadas a las malas condiciones de vida (tuberculosis, diarreas, paludismo…) se suman otras como el cólera y la fiebre amarilla. Ambas enfermedades fueron consecuencia del despegue de la revolución industrial: para alimentar la industria textil, en la India por ejemplo se plantó algodón de manera intensiva, así se rompió con el equilibrio ecológico y lo que era una endemia prende en una población en semiesclavitud y se convierte en una epidemia, que más adelante llegará a Europa en los barcos que traen algodón y tejidos a partir de la década de los años 30 del siglo XIX (antes no hubo cólera en Europa). Similar fue el caso de la fiebre amarilla y es que para plantar algodón en América se intensifica el comercio de esclavos y con este pasa la enfermedad de América a Europa. La tecnología y su aplicación a la medicina ni mucho menos alcanzaba nuestras cotas, y no todo el mundo tenía acceso a servicios médicos y aunque lo hubieran tenido el resultado era el mismo, la mejor forma de estar sano era la higiene y alimentación, lo demás servía para poco. No obstante en esta época proliferaba el acceso a drogas, o cualquier otro producto procedente de boticas y farmacias que sin certeza podría ayudar a curar los males.
Todo ello tenía su relación directa con la publicidad en la prensa de la época, interesante en este sentido es el libro de Juan José Fermín Pérez Curiosa publicidad en el Siglo XIX, donde se hace un repaso a la publicidad en esta centuria e incluso hace un pequeño esbozo de la misma a lo largo de la historia. La prensa en la época sugerida y por tanto la publicidad que en ella se ofertaba tuvo una serie de problemas que iban desde la censura, que encontró algo de respiro con la Constitución de 1869, al nivel de analfabetismo del país que podría rondar entre el 90% de la población a comienzos de siglo y el 70% a finales. Y derivado de todo esto, los costes de los anuncios eran difíciles de precisar, además estaban en relación con el desarrollo tecnológico de la prensa (prácticamente artesanal) y los suscriptores que pudiera tener cada periódico, ocurría como podemos ver en algunos ejemplos como El Imparcial, El Liberal, Las Provincias, La Voz de Galicia entre otros, todos ellos de mitad del XIX en adelante. Precisamente de éste último periódico se tienen algunos datos de principios del XX en relación al coste de la publicidad, y no es que fuera muy económico lanzar unas palabras escritas para dar conocer tu producto.
El Ungüento de Santomera era como cita en los anuncios una especie de pomada, de crema “balsamada” para todo tipo de enfermedades entre las que destacan “quemaduras, tumores, herpes, úlceras y cánceres, incluso sifilíticos”.
En anuncios posteriores se le suman enfermedades como la sarna, tiñas (infecciones por hongos), pinchaduras, carbancos (posible carbunco que era un tipo de enfermedad infecciosas provocada por bacterias que afectan especialmente a la piel, aunque también se da en pulmones y otros órganos con mayor gravedad), incluso se mencionan zaratones (posible cáncer de mama).
Uno de los elementos más significativos de los documentos son los fabricantes y boticarios que vendían el producto. En muchas ocasiones los mismos boticarios disponían de laboratorios donde elaboraban sus drogas y medicinas como es alguno de los casos. En los diversos anuncios se citan a los Srs. Carrión, Ortiz, Urquidi y Ulzurrum. En cuanto a los dos primeros no hemos encontrado más referencias, sí del Sr. Urquidi a través de la Dra. María del Carmen Francés en su libro Aconteceres y siluetas de la farmacia aragonesa donde recoge un capítulo sobre el dibujante aragonés Teodoro Balbino Gascón y Baquero quien al parecer estuvo trabajando para pagarse sus estudios como practicante en la botica de “D. José María Urquidi sita en la calle Toledo nº 119” como se cita en una de las direcciones del anuncio.
Sin lugar a duda el nombre más sonado es el del Sr. Ulzurrun, en casi la totalidad de los anuncios (calle Barrio Nuevo 11 en 1856 y 15 a partir de junio de 1857, que debió ser el centro emisor del producto). El apellido Ulzurrun proveniente de Navarra posiblemente del siglo XVII, aunque las referencias más fidedignas corresponden con la segunda mitad del S. XVIII (de las más de 2000 apariciones –localizadas en geneanet.org– en su mayoría vienen de la zona de Navarra aunque alguna también se ve de Gerona, Bilbao, entre otras). Según Eduardo Valverde en su tesis doctoral La Real Botica en el Siglo XIX, D. Carlos Ulzurrun ya era uno de los principales suministradores de drogas de la Real Botica desde tiempos de Isabel II hasta finales de siglo.
El laboratorio de Carlos Ulzurrum estaba situado junto a la droguería donde vendía su “PRODIGIOSO UNGÜENTO DE SANTOMERA”, más adelante sufrió modificaciones en cuanto a su ubicación incluso su nombre pasándose a llamarse Laboratorios Vega hasta 1925 y posteriormente Laboratorio Español Hepatrat. No obstante este “prodigioso ungüento” cuyo consumo “cada día mayor, justifica las admirables curas de este acreditado remedio” tuvo que dejar de fabricarse pronto, probablemente no más allá de los años 50 del siglo XIX. Que sepamos en el Catálogo de las sustancias naturales y artificiales e instrumentos aplicables a la farmacia, química e industria de las droguerías y laboratorio farmacéutico de hijos de Carlos Ulzurrun, fechado el 1 de mayo de 1880, no aparece dicho ungüento.
Es complejo no hacer una parada en el precio del producto, en los anuncios de 1856 el coste en todos es de 12 reales, en 1857 ya oscila entre 6 y 12 reales. Pero qué significaba este coste para la vida cotidiana y la economía de la época. En otros anuncios de las mismas fechas se reflejan otros productos que nos sirven para hacernos una idea, por ejemplo, una pomada para calvos a 8 reales, una novela a 2 reales, un rollo de papel pintado a 2 reales, dulce en almíbar (con propiedades curativas sobre todo para la tos) entre 8 y 12 reales. En ocasiones aparecían ofertas “una caja de papel rayado, 100 sobres, 12 plumas de ave, 12 de metal, un mango, dos “baras” de lacre, un lapicero, una caja de polvos y otra de obleas por 15 reales”, o “una resmilla –paquete- de papel de 125 cartas, 100 sobres, dos baras de lacre, 12 plumas y un mango, por 12 reales”. El “Repertorio de geografía astronómica, física y política” de D. Francisco Verdejo Páez (1836) costaba 6 reales, y otros anuncios y ofertas como “1 corte de vestido de alpaca, 1 pañuelo de vares, 1 de balista con el nombre bordado en un extremo, y un frasquito de pomada, aceite o agua de olor a elección, 76 reales”. Teniendo en cuenta los precios de las ofertas de estos productos el citado ungüento no suponía ningún regalo a los bolsillos de los consumidores.
Para terminar y seguir sumando curiosidades no podemos dejar escapar el lenguaje empleado que aunaba el elenco de expresiones publicitarias y estratégicas de la época. Por ejemplo en varias ocasiones se menciona el bagaje del producto “más de 50 años de experiencia han justificado las admirables virtudes”, esta aparece precisamente en el primer anuncio fechado el 28 de julio de 1856 como contraste el único anuncio del periódico de La Esperanza fechado el 14 de enero del año siguiente citaba que “Su uso no interrumpido de más de veinte años fortifican las admirables virtudes de este sin igual específico”. Debió de funcionarles porque su “..consumo cada día mayor…” justificaba “las admirables curas de este remedio tan general…” qué mes tras mes seguía “…vendiéndose con gran aceptación…”, sobre todo como citan varios anuncios “…para los acontecimientos..”, y es que con tanta palabrería tuvo que ser “…uno de los mejores específicos que se han conocido hasta día de hoy…” que sirvió como rezaba “al gran beneficio de la humanidad doliente..” y que era muy útil sobre todo para aquellos sectores dedicados a la medicina como para los que manejaban las economías familiares (“…en las familias y profesores en cirugía…”). No es de extrañar que dada la naturaleza y eficacia que dictaba la narrativa de los anuncios no quedara exento de falsificaciones prueba de ello es la alusión a la autenticidad del producto, de hecho a las instrucciones de aplicación en ocasiones acompañaba una “rúbrica del autor para perseguir ante la ley a todo falsificador”.
Como podemos apreciar hay muchas formas de acercarse al producto a través de los anuncios de la prensa de la época, pero sin llegar del todo al fondo del asunto: ¿Por qué tendría ese nombre?, ¿y qué relación podría tener con nuestro municipio?, ¿podría estar relacionado con algún componente del producto vinculado a nuestra tierra?, ¿sería un nombre al azar?, ¿o tendría algo que ver con un elemento geográfico?, ¿o quién sabe si un personaje?…. Seguiremos con la duda a la espera de que aparezca algún otro dato que nos acerque a este misterioso y “prodigioso ungüento”.
BIBLIOGRAFÍA:
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